28/9/10

Alegría era distinto (I): El grito profético de una sonrisa

21.09.10 | 12:20.
Pedro Miguel LametESCRITOR Y JESUITA
Ya se han ido los tres José Marías, que con humor el canónigo biblista González Ruiz llamaba “la trinidad”: “El padre es obviamente José María de Llanos –decía–; el verbo es José María Díez-Alegría, porque no para de hablar; y yo soy el espíritu, porque viajo continuamente”. Los tres publicaron libros en aquella colección polémica de Descleé, “El credo que da sentido a mi vida”. Los tres fueron catalizadores libres y despiertos de un cristianismo de vanguardia en plenas sombras del tardofranquismo. Pero sin duda el que armó mayor escándalo mediático fue el de Díez-Alegría, Yo creo en la esperanza, quizás por dos razones obvias para entonces, por considerar a Marx un profeta, y por lo de siempre, por hablar de sexualidad, perenne tabú eclesial de aquella España, donde además sus dos hermanos eran nada menos que tenientes generales de Franco. Porque, a decir verdad, la mayoría de los doscientos mil lectores que compraron aquel libro se perdían en el laberinto conceptual de este erudito profesor de ética de la Gregoriana.
Escribir en El Ciervo sobre el cristiano Díez-Alegría es un desafío, porque además de tenerle como colaborador frecuente, le dedicó un gran número monográfico (el 524) en 1994 titulado “José María Díez-Alegría, 83 años de esperanza” con el elogio de destacadas firmas. El pasado 25 de junio se nos ha ido el hombre, al menos de esta dimensión, pero nos queda el profeta, el maestro, el teólogo, el escritor libre. Por eso para conocerle hay que remitir más que nunca a sus escritos.
Un pensamiento sobre todo es un hombre. Sus ojos serenamente azules y su perenne sonrisa, como el que está a gusto dentro de su ser, eran sus mejores credenciales. Adelantaban la figura de un hombre libre, de lengua suelta y valiente para proclamar lo que sentía en conciencia. Una libertad no sólo para él: “Escribe lo que te dé la gana”, me dijo cuando inicié su biografía (Un jesuita sin papeles: la aventura de una conciencia, Temas de Hoy, 2005) con una afirmación insólita en cualquier entrevistado.
Todos los amigos de Alegría coincidimos en que tratar con él era, además de un placer, relacionarse con una rara avis en los tiempos que vivimos. Frente a los clichés preestablecidos de intelectual petulante, “cura comunista” y enfant terrible, el padre Díez-Alegría era un hombre sencillo, que como buen profesor matizaba con exquisitez académica y al que además ni los más finos inquisidores han conseguido hallarle la más mínima herejía o heterodoxia. Pero sobre todo era un hombre de fe, que se ha identificado con los pobres y marginados del Evangelio de Jesús. Un creyente de frontera que yo diría modélico, catalizador de una forma de entender la fe en nuestro tiempo. Incluso un hombre piadoso, devoto de María de Nazaret, a la que seguía rezando el rosario diariamente, y sobre todo un hombre de esperanza.
En el trato se distinguía por ser cercano, excelente conversador, amigo de sus amigos y que nunca perdió el sentido del humor, que veía como una forma de amor. Quería a la Iglesia en su sentido más original de koinonía, comunidad que pretende seguir a Jesús, pero no infantilmente, sino como hijo adulto y crítico, purificándola de la ganga que arrastra por los siglos; semper reformanda, una Iglesia madre y santa, pero también casta meretrix, como la llamaban los antiguos, que necesita hijos rompedores y críticos como José María.
Como profesor y pedagogo, dimensión que supo mantener siempre, no sólo cuando enseñaba ética y ciencias sociales, supo expresar su pensamiento sin pelos en la lengua y sin miedo, pero al mismo tiempo con tolerancia, respetando el pluralismo y el modo de pensar de los demás; con rigor de pensamiento y coherencia entre lo que ha dicho y lo que ha puesto en práctica toda su vida.
Alegría era además un gran jesuita. Quiero subrayar esto porque es verdad. Él estaba jurídicamente fuera de la Compañía de Jesús, pero siguió viviendo hasta su muerte como tal. Con un concepto dinámico de pertenencia, donde los hombres y el amor hacia ellos es algo más importante que la institución. Paradójicamente, el padre Arrupe, antagonista en un periodo muy a pesar de ambos, también ponía a la persona por encima de lo institucional. De aquí que me haya resultado apasionante seguir el obligado enfrentamiento entre ellos
–como biógrafo de los dos–, cuando en el fondo estaban mucho más cerca de lo que parece. “Lo que menos me gustaría es que Díez-Alegría dejara la Compañía en tiempos del padre Arrupe”, le dijo el propio general, que, presionado por Pablo VI, tuvo que exclaustrarlo aunque, con rara dispensa: permitirle hasta su muerte vivir en casas de la Compañía.
Y por último, Alegría fue un hombre que se adelantó a su tiempo. Por eso Alegría nunca dejó de ser joven, porque perforaba siempre los acontecimientos hasta tocar lo más nuclear de la vida, aunque esto le costara aparecer como inconformista y revolucionario. Esa valentía le permitió convertirse en uno de esos hombres “bisagra” que contribuyeron a que las puertas de este país y más en concreto los creyentes se abrieran a la transición democrática.
Por todo ello nadie puede negar que José María Díez-Alegría ha sido al mismo tiempo valiente y sencillo, creyente y crítico, rebelde y fiel, cordial y contundente, afable y molesto, demoledor y constructivo, anti institucional y eclesial, poeta e intelectual, humorista y comprometido, no marxista y anti antimarxista, obediente y desobediente, intelectual y asequible, erudito y popular, maduro y enfant terrible, no jesuita y jesuita (aunque sin papeles), y sobre todo y en una palabra, un hombre bueno.
En su obra se pronuncia contra un cristianismo ontológico-cultual (es decir de misa y doctrina) y defiende un cristianismo comprometido y profético. “Yo hago ver cómo la esencia de la religión es el amor al prójimo como sacramento del amor de Dios, el amor al prójimo como dialéctica del espíritu de justicia”. En ese sentido acepta que Marx puede ser un profeta: “Me ha llevado a redescubrir a Jesucristo y el sentido de su mensaje”, se atrevió a afirmar.
Critica en consecuencia la concepción de propiedad privada tal como la ha defendido la Iglesia, y se apunta a una esperanza histórica que se traduce en la lucha por la justicia afirmando sin rodeos que el cristianismo tal como se ha vivido hasta ahora es una religión falsa. Ni los padres de la Iglesia, ni siquiera la tradición escolástica, según Alegría, defienden que la propiedad privada sea un derecho natural. “Como dice San Juan Crisóstomo, “ el rico o es ladrón o heredero de ladrón”. Por tanto la Iglesia, que ha traicionado a Jesús, no debe empujar a decisiones políticas, sino predicar el Evangelio y dejar libertad de elección al cristiano en estas opciones.
Otro punto que escandalizó sobremanera fue su postura en materia de moral sexual. Su frase “el celibato puede ser una fábrica de locos” y “estoy a punto de cumplir sesenta años y no he tenido ninguna aventura amorosa. Tal vez se deba a que soy un poco estúpido en cuestiones de mujeres”, pusieron los pelos de punta a los bienpensantes de la época. Calificará la postura de muchos moralistas católicos de “totalitaria” por sus imposiciones. Defenderá un celibato opcional para los sacerdotes de rito latino. En fin un pensamiento que tiene resonancias especiales en estos tiempos de “pederastia”: “Es una cosa para volverse loco, porque la dimensión sexual es algo que está en las entretelas del ser humano”. Aunque en diversas ocasiones se manifiesta contra la sexualidad como mera explotación o goce y defiende su dignidad. Tampoco ve sentido a una fecundidad indiscriminada: “No necesitamos muchos hijos, sino verdaderos frutos y signos del amor”.
En otra cuestión de fresca actualidad fueron duras sus palabras contra el neoliberalismo económico y el economicismo puro y duro. Respecto al terrorismo decía que “es intolerable; pero para solucionarlo lo que hay que hacer es aumentar la justicia”. Y añadía: “Estamos lejos de la verdadera paz. La actual política armamentista es un escándalo”.
Pero sobre todo fue un gran hombre de fe. “Reafirmo que mi fe en la resurrección se refiere con toda rotundidad y con íntimo gozo a Jesús. Se refiere también con fuerza a los pobres y marginados injustamente oprimidos”. Cuando un día le pregunté si tenía miedo a la muerte, me dijo: “No. Tengo esperanza de encontrarme con Dios. Pero creo que mi vida ha tenido mucho sentido tal como es y no me preocupa la muerte, incluso como puro descanso”. ¿Y si no te encuentras a Dios?, insistí. José María respondió con una frase de un jesuita francés: “Pues me honro en haber creído en Dios, pues si no existe, debería existir”.
Hasta en su adiós, rodeado de jesuitas y gente del Pozo, estuvieron presentes su fe, su piedad, su buen humor. “No quiero llegar a los cien años, para que vengan a verme como el mono de un circo”, decía. El superior de la casa de Alcalá donde falleció, Enrique Climent, relató la visita del obispo de Alcalá, Reig Pla, prelado no precisamente de su cuerda: “Visitó esta casa y le llevé a la habitación de José María; el obispo tomó sus manos y le saltaron las lágrimas cuando él le dijo: ‘Espero encontrarme pronto en la casa del Padre’”. En esa confianza se nos fue: “Sabemos que Dios no tiene manos, pero estamos en las manos de Dios”, había escrito en su Credo, “porque su amor nos envuelve”.

22/9/10

La pastoral obrera de Coria-Cáceres se manifiesta ante la próxima huelga general del 29-S

CÁCERES, 20- SEPT-2010.
La Delegación Episcopal de Pastoral Obrera de la Diócesis de Coria-Cáceres quiere ayudar a los cristianos en el discernimiento de los acontecimientos. Uno de éstos es la convocatoria de huelga general el día 29 de septiembre. La Iglesia no es ajena a la situación que vivimos de profunda crisis, de paro y de precariedad laboral que afectan a las personas, a las familias y a la sociedad. La crisis que vivimos no es solo económica sino también de valores.
 OPONERSE A LA REFORMA LABORAL, CUESTIÓN DE DIGNIDAD: Como cristianos y cristianas comprometidos en el mundo obrero y del trabajo y muchos de nosotros, además, en sus organizaciones, estamos llamados a mirar la realidad y la reforma laboral, desde una perspectiva bíblica y, más en concreto, desde los pobres, a quien Jesús convierte en jueces (Mt. 25, 31-45).
En ese sentido, RECHAZAMOS LA REFORMA LABORAL porque: Tiene un marcado carácter idolátrico. Ya que nace y responde a un contexto en el que la economía de mercado se ha convertido en un absoluto que invade todos los campos de la existencia humana. Las relaciones laborales quedan reducidas a una relación del mercado, perdiendo todo el carácter humano que poseen (Santiago, 5, 4).
Produce víctimas inocentes, como resultado de desplazar a la persona del centro del trabajo y de la vida poniendo en su lugar los intereses económicos, el dinero y los beneficios empresariales que tienen más derechos que las personas. 
Es la mayor agresión que han sufrido los derechos de los trabajadores en nuestra historia reciente. Las sucesivas reformas laborales han ido reduciendo los derechos de los trabajadores: reducción de la contratación indefinida y fomento de la contratación temporal y a tiempo parcial; recortes en la protección por desempleo, abaratamiento del despido... al tiempo que se incrementaban las bonificaciones a las empresas.
Pero la reforma actual va más lejos ampliando las causas del despido que será más barato y subvencionado; limitando la aplicación los derechos laborales de los convenios; facilitando el deterioro del empleo público mediante facilidades en el despido y en la subcontratación mediante empresas de trabajo temporal…
Por ello, APOYAMOS LA CONVOCATORIA DE LA HUELGA GENERAL del 29 de septiembre como un derecho de los trabajadores y como una medida justa y legitima para la defensa de los derechos y la dignidad de los trabajadores y trabajadoras.
La doctrina social reconoce la legitimidad de la huelga “cuando constituye un recurso inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado”, después de haber constatado la ineficacia de todas las demás modalidades para superar los conflictos. La huelga, una de las conquistas más costosas del movimiento sindical, se puede definir como el rechazo colectivo y concertado, por parte de los trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el fin de obtener, por medio de la presión así realizada sobre los patronos, sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones de trabajo y en su situación social. (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 304)
Pensamos que la solución de los problemas del mundo del trabajo, de los problemas de muchos empobrecidos y excluidos, no pasan en absoluto por el tipo de medidas que se están adoptando, sino por buscar caminos para que se cambie el modelo de producción y consumo que predomina en nuestra sociedad, por otro que permita vivir y cultivar la vida personal, familiar, cultural, social y religiosa, que son imprescindibles para que la persona pueda desarrollarse de acuerdo a su dignidad, como hija de Dios, y para que la sociedad pueda construirse sobre los cimientos de la justicia y la libertad.
No saldremos de la crisis económica con justicia y humanidad si no rectificamos el rumbo.
La Iglesia debemos seguir haciendo nuestra la causa de los pobres planteada como lucha por la justicia. Con Pablo VI debemos recordar y exigir “cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: No es parte de tus bienes -dice San Ambrosio- lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias” (Populorum Progressio, 23). A los pobres, y muchos trabajadores lo son, les han robado lo que necesitan para vivir y la Iglesia no podemos callar. La convocatoria de Huelga General para el 29 de septiembre es una ocasión para denunciar a los que se apropian de lo que no es suyo y mostrar el amor de Dios a los que han sido y están siendo empobrecidos.
Así mismo esta Delegación os invita a participar en el XIII Encuentro de Pastoral Obrera en Extremadura que se celebrara en la Parroquia de Guadalupe de Cáceres el próximo 17 de octubre a partir de las 10 horas, en el que profundizaremos sobre las consecuencias de esta reforma laboral. Y en las II Jornadas Diocesana de Pastoral Social, sobre Pastoral Obrera que se celebraran la tarde del viernes 29 en Cáceres y la mañana del 30 de octubre en Coria. pastoralobreracoriacaceres@gmail.com

2/9/10

José Arregui: Franciscano sin hábito


01 de septiembre de 2010


(José Arregui).-Hace un

tiempo que corrían los rumores como vuelan las golondrinas, tan rápidas y libres, sin otra guía que el certero instinto de la vida (por cierto, ¡cómo se han multiplicado las golondrinas en Arantzazu, y aún siguen criando! Dios os bendice). Pero una vez desatados los rumores, a veces inocentes, a veces intencionados, es más difícil detenerlos que detener el vuelo de las aves.

Pues bien, la noticia ha estallado en todos los sentidos y, en contra de mi intención primera, no puedo menos de confirmarla ya: voy a dejar la Orden Franciscana. De paso, pido disculpas por alguna declaración mía ambigua que algunos pudieron entender como un desmentido. No quería serlo.

Voy a dejar la Orden franciscana. Lo he meditado mirando adentro entre mis luces y sombras, mirando afuera la montaña y el cielo, y las golondrinas. Lo he compartido con las personas que más me quieren y en las que más confío. Lo he hablado con los responsables de mi provincia franciscana que son también mis amigos. Dejaré este Arantzazu del alma, donde he vivido 17 años de los 57 que tengo; dejaré la Provincia franciscana que ha sido mi familia y mi hogar desde los 10 años; dejaré la Orden franciscana que ha dado enteramente forma a mi ser. No diré que la decisión no me produzca dolor y vértigo, pero doy el paso en paz.

Era previsible desde aquel 23 de diciembre en que me impusieron y yo prometí silencio para un año. Y era irreversible desde aquel 17 de junio en que rompí mi voto de silencio porque, previamente, mi obispo había derogado las condiciones que lo justificaban. Tomé la palabra, no porque tenga algún mensaje profético urgente que pregonar, sino simplemente porque ya pasaron los tiempos en que la libertad de palabra pudiera ser impedida en la Iglesia de Jesús con pretextos de dogmas y magisterios.

Los dogmas y el magisterio no los puso Jesús. Muy al contrario, enseñó que no se ha de identificar la palabra de Dios con tradiciones humanas (Marcos 7,7-13), y denunció a los maestros de la ley que se apoderan de la cátedra y del magisterio (Mateo 23,2), prohibió tajantemente que nadie se llamara maestro o padre (Mateo 23,8-9), declaró solemnemente que "todo ser humano es señor del sábado" (Marcos 2,28), es decir, señor de toda ley religiosa por sagrada que fuere, y al sordomudo le dijo en arameo: Effeta, "ábrete", "escucha y habla" (Marcos 7,34).

Es más, y la Iglesia debiera reconocerlo ya sin más dilación: aunque Jesús hubiera establecido dogmas y magisterios -que ciertamente no estableció-, éstos no serían de ningún modo inamovibles, pues Jesús no tuvo otra ley ni otro criterio que el Espíritu de Dios, y el Espíritu es como el aire y el agua, y siempre se mueve. Y por si hiciera falta, lo dijo San Pablo: "Donde está el Espíritu de Jesús, hay libertad" (2 Cor 3,17).

Claro que la Iglesia, como todo grupo humano, requiere estructuras y un lenguaje más o menos común, pero las estructuras habrían de ser flexible y móviles, como todo lo vivo, y los dogmas deberían poder ser comprendidos y expresados en palabras siempre nuevas, como todo misterio; y en primer lugar debiera cambiar una Iglesia autoritaria en una Iglesia democrática, como la quiso Jesús.

Y la Iglesia, que se ha tomado tantas libertades para contradecir a Jesús, con mucha más razón debiera ser libre para secundar el Espíritu de Jesús. Basta conocer la historia para saber cómo han cambiado las cosas, o basta gustar del Espíritu de Dios para saber cómo han de cambiar. Quien no conoce la historia, que guste al menos del Espíritu; quien no guste del Espíritu, que conozca al menos la historia. ¡Cuán anacrónica y contraria al evangelio es esta idolatría de la doctrina que nos tiene amordazados!

Simplemente por eso dije: "No callaré". Y eso equivalía a una insumisión, y en la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos, y yo lo sabía. Tampoco hay lugar para insumisos en la Orden franciscana que tenemos, y también esto lo sabía: los responsables franciscanos, aun en contra de su voluntad, y como única forma de evitar un grave conflicto interno, se verían obligados a exigirme sumisión a las órdenes del obispo. No he necesitado, pues, de grandes discernimientos: o acataba o me iba. Pensé que no debía acatar, para ser fiel al seguro Jesús, a mi insegura conciencia, a mi humilde misión, pero no quería ser así motivo de conflicto para los franciscanos, que son mis amigos y hermanos. La opción no era fácil, pero resultaba forzosa y simple.

Dejaré la Orden, y con ello pierdo mucho, pero quién sabe si, al final, el perder no será una ganancia también esta vez. Quiero escoger la vida con todos sus riesgos, incluida la palabra. No sé qué será de mí (¿quién sabe qué será de sí?), pero allí donde vaya Dios vendrá conmigo, y si en el camino me pierdo Él me encontrará. Quiero seguir siendo discípulo de Jesús de Nazaret, el hombre bueno y libre. ¡Oh, cuán lejos me siento de él! Pero él está cerca de mí, de ti. Jesús es el prójimo y todo prójimo es Jesús. Con él, como él, quiero seguir siendo Iglesia sin esas torpes dicotomías de clérigos y laicos, religiosos y seglares, fieles y herejes, creyentes e increyentes.

A mi obispo y hermano José Ignacio Munilla le deseo lo mejor, y pienso que lo mejor pasa por escuchar, respetar, secundar la voz de la inmensa mayoría de su comunidad diocesana, de la que seguiré formando parte activa. La voz de la comunidad es la voz del Espíritu, mucho más que la voz de Madrid o de Roma.

Ah, y quiero seguir siendo franciscano, un simple franciscano sin hábito. ¡Paz y Bien!

José Arregi

Para orar

Esta mañana
enderezo mi espalda,
abro mi rostro,
respiro la aurora,
escojo la vida.

Esta mañana
acojo mis golpes,
acallo mis límites,
disuelvo mis miedos,
escojo la vida.

Esta mañana
miro a los ojos,
abrazo una espalda,
doy una palabra,
escojo la vida.

Esta mañana
remanso la paz,
alimento el futuro,
comparto alegría,
escojo la vida (Benjamín González Buelta, SJ)