Lucas 9, 18-24
(Mt 16,13-20; Mc 8,27-30)
En
una ocasión en que Jesús se había retirado para orar a solas, los
discípulos fueron a reunirse con él. Jesús, entonces, les preguntó:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
— Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los antiguos profetas que ha resucitado.
Jesús insistió:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Entonces Pedro declaró:
— ¡Tú eres el Mesías enviado por Dios!
Jesús, por su parte, les encargó encarecidamente que a nadie dijeran nada de esto.
Les dijo también:
—
El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho; va a ser rechazado por los
ancianos del pueblo, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros
de la ley que le darán muerte; pero al tercer día resucitará.
Y añadió, dirigiéndose a todos:
— Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz cada día y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que entregue su vida por causa de mí, ese la salvará.
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Comentarios: José Antonio Pagola.
La escena es conocida. Sucedió en las
cercanías de Cesarea de Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo acompañando
a Jesús. ¿Por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen de él: “Vosotros,
¿quién decís que soy yo?”. Esta es también la pregunta que nos hemos de
hacer los cristianos de hoy. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué idea nos
hacemos de él? ¿Le seguimos?
¿Quién es para nosotros ese Profeta de
Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos? No basta que lo
llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino abierto
por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo. ¿Cómo
podemos hablar tanto de él sin sentir su sed de justicia, su deseo de
solidaridad, su voluntad de paz?
¿Hemos aprendido de Jesús a llamar a
Dios “Padre”, confiando en su amor incondicional y su misericordia infinita? No
basta recitar el “Padrenuestro”. Hemos de sepultar para siempre fantasmas y
miedos sagrados que se despiertan a veces en nosotros alejándonos de él. Y
hemos de liberarnos de tantos ídolos y dioses falsos que nos hacen vivir como
esclavos.
¿Adoramos en Jesús el Misterio del
Dios vivo, encarnado en medio de nosotros? No basta confesar su condición
divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el
corazón de los hombres y mujeres de hoy. Hemos de descubrir en sus gestos y
palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que
podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse con él?
¿Creemos en el amor predicado por
Jesús? No basta repetir una y otra vez su mandato. Hemos de mantener siempre
viva su inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor
solidario y creativo hacia los más necesitados. ¿Qué sucedería si un día la
energía del amor moviera el corazón de las religiones y las iniciativas de los
pueblos?
¿Hemos escuchado el mandato de Jesús
de salir al mundo a curar? No basta predicar sus milagros. También hoy hemos de
curar la vida como lo hacía él, aliviando el sufrimiento, devolviendo la
dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a
los excluidos. ¿Dónde están sus gestos y palabras de aliento a los derrotados?
Si Jesús tenía palabras de fuego para
condenar la injusticia de los poderosos de su tiempo y la mentira de la
religión del Templo, ¿por qué no nos sublevamos sus seguidores ante la
destrucción diaria de tantos miles de seres humanos abatidos por el hambre, la
desnutrición y nuestro olvido?
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