26/1/14

FE SENCILLA

 Lucas 2,22-40
[%%PRESENTACION.jpg]Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
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Comentarios: José Antonio Pagola



         El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.

          Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?

          Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.

          Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.

          Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.

          Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.

          Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.


20/1/14

ALGO NUEVO Y BUENO



 Mateo 4,12-23
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRh2VCS5TESJi9O6OaJaQfEefMKrbPywAm4EXcY5-Xk_48YWlwKCL8ItvKMEDEinyF7S2OV_51YYQpeqzRP813WSUoC3xSGiHQO9RA0xb-Sg7LQZRL-L9UKt8t25-PvEf6fxZjNjhCvQ/s1600/20110123.jpgAl enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló." Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos."
[Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: "Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres." Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.]

 

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 Comentarios: José Antonio Pagola.

El primer escritor que recogió la actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba la “Buena Noticia de Dios”. Más tarde, los demás evangelistas emplean el mismo término griego (euanggelion) y expresan la misma convicción: en el Dios anunciado por Jesús las gentes encontraban algo “nuevo” y “bueno”.
          ¿Hay todavía en ese Evangelio algo que pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en nuestros días?
          En el Evangelio de Jesús los creyentes nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor. Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia, ni en manos del destino o el azar. Tengo a Alguien a quien puedo agradecer la vida.
          En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para defender nuestra libertad sin terminar esclavos de cualquier ídolo; para no vivir siempre a medias ni ser unos “vividores”; para ir aprendiendo formas nuevas y más humanas de trabajar y de disfrutar, de sufrir y de amar. Para mí es bueno poder contar con la fuerza de mi pequeña fe en ese Dios.
          En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos de los demás. No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que hemos de contribuir a una vida más digna y más dichosa para todos pensando sobre todo en los más necesitados e indefensos. Para mí es bueno creer en un Dios que me pregunta con frecuencia qué hago por mis hermanos.
          En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. Un día todo lo que aquí no ha podido ser, lo que ha quedado a medias, nuestros anhelos más grandes y nuestros deseos más íntimos alcanzarán en Dios su plenitud. A mi me hace bien vivir y esperar mi muerte con esta confianza.
          Ciertamente, cada uno de nosotros tiene que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su propia verdad. Para mí no es lo mismo creer en Dios que no creer. A mí me hace bien poder hacer mi recorrido por este mundo sintiéndome acogido, fortalecido, perdonado y salvado por el Dios revelado en Jesús.

13/1/14

CON EL FUEGO DEL ESPÍRITU

Juan 1,29-34
http://4.bp.blogspot.com/-_wefT5WsHfs/T9C5yPtuKBI/AAAAAAAAEt0/Xqv4KJiAuog/s400/corpus-fano.jpgEn aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: "Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel."
Y Juan dio testimonio diciendo: "He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios."
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Comentarios: José Antonio Pagola.



Las primeras comunidades cristianas se preocuparon de diferenciar bien el bautismo de Juan que sumergía a las gentes en las aguas del Jordán y el bautismo de Jesús que comunicaba su Espíritu para limpiar, renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin ese Espíritu de Jesús, la Iglesia se apaga y se extingue.
          Sólo el Espíritu de Jesús puede poner más verdad en el cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir a recuperar nuestra verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían una y otra vez del Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para emprender la renovación que necesita hoy la Iglesia.
          El Papa Francisco sabe muy bien que el mayor obstáculo para poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es la mediocridad espiritual. Lo dice de manera rotunda. Desea alentar con todas sus fuerzas una etapa “más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin, y de vida contagiosa”. Pero todo será insuficiente, “si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.
          Por eso busca para la Iglesia de hoy “evangelizadores con Espíritu” que se abran sin miedo a su acción y encuentren en ese Espíritu Santo de Jesús “la fuerza para anunciar la verdad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”.
          La renovación que el Papa quiere impulsar en el cristianismo actual no es posible “cuando la falta de una espiritualidad profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza”, o cuando nos lleva a pensar que “nada puede cambiar” y por tanto “es inútil esforzarse”, o cuando bajamos los brazos definitivamente, “dominados por un descontento crónico o por una acedia que seca el alma”.
          Francisco nos advierte que “a veces perdemos el entusiasmo al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas”. Sin embargo no es así. El Papa expresa con fuerza su convicción: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.
          Todo esto lo hemos de descubrir por experiencia personal en Jesús. De lo contrario, a quien no lo descubre, “pronto le falta fuerza y pasión; y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”. ¿No estará aquí uno de los principales obstáculos para impulsar la renovación querida por el Papa Francisco?.


5/1/14

UNA NUEVA ETAPA

Mateo 3,13-17
http://disegni.qumran2.net/miniature/5408_180.jpgEn aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?" Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere." Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: "Este es mi hijo, el amado, mi predilecto."


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Comentarios:  José Antonio Pagola
         
          Antes de narrar su actividad profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia que va a transformar radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su Espíritu. Alentado por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a todos, con su vida y su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del ser humano.
          No es extraño que, al invitarnos a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”, el Papa nos recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con Espíritu”. Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir fuerza para poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por qué caminos?
          Esta renovación de la Iglesia solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa quiere que la gente de hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los caminos de Galilea, no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper esquemas aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.
          El Papa está pensando en una renovación radical, “que no puede dejar las cosas como están; ya no sirve una simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”.
          Francisco busca una Iglesia en la que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más que el temor a no equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles vosotros de comer”.
          El Papa quiere que construyamos “una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría del Evangelio es para todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder escuchar de sus labios una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más genuino de Jesús rompiendo actitudes muy arraigadas durante siglos! “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadotes. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.