En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con
algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos
impuras, es decir, sin lavarse las manos. ( Los fariseos, como los demás
judíos, no comen sin lavarse antes la manos restregando bien, aferrándose a la
tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes,
y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas. )
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús "¿Por qué comen
tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores"?
Él contesto: / "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está
escrito: / "Este pueblo me honra con los labios, / pero su corazón está
lejos de mí. / El culto que me dan está vacío, / porque la doctrina que enseñan
/ son preceptos humanos." / Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres." Entonces llamó de nuevo a la
gente y les dijo: "Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera
puede hacer la hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al
hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos,
las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias,
fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas
maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro."
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José Antonio Pagola
No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al
evangelista solo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús,
rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que
se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir
en sus vidas.
Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen
con manos impuras. No lo pueden tolerar: «¿Por qué tus discípulos no siguen
las tradiciones de los mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el
ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa
obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un «espacio de
libertad» donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del
reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue
reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las
tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por «los
mayores». No piensan en el bien de las personas. No les preocupa «buscar el
reino de Dios y su justicia».
El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras
duras: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres».
Los doctores hablan con veneración de «tradición de los
mayores» y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de «tradición
humana». No hay que confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de
los hombres.
Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara
prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está
llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor.
Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer
posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces
de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino
de Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado,
sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni
oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.
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