Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús
les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
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José Antonio Pagola
Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y
atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de
empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad.
¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo
milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte está creciendo en
la comunidad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos
contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno,
más humano y dichoso.
Por otra está creciendo al mismo tiempo el desencanto, el
escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo
en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados,
tales abusos contra el planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser
humano.
Es cierto que el desarrollo de la ciencia y la tecnología están
logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin
duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la
capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar
físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso
nos va «salvando» solo de algunos males y solo de manera limitada. Ahora
precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano empezamos a
percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y
busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte
inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos
comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia,
tampoco ideología o doctrina religiosa. El ser humano se resiste a vivir
encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal. Busca un horizonte,
necesita una esperanza más definitiva.
No pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la
tierra. Al parecer no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo
inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor
quiero recordar unas palabras de aquel gran científico y místico que fue P.
Teilhard de Chardin: «Cristianos a solo veinte siglos de la Ascensión. ¿Qué
habéis hecho de la esperanza cristiana?».
En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores
de Jesús seguimos caminando por la vida trabajados por una confianza y una
convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece.
El misterio último de la realidad es un misterio de amor salvador. Dios es una
puerta abierta a la vida eterna. Nadie la puede cerrar.
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